«Nos enseñaron a ser rivales pero decidimos ser aliadas», esa frase es una de las máximas, que anima al feminismo y promueve la sororidad entre nosotras, dejar de ser rivales y dejar de pensar y actuar como si la peor enemiga de una mujer es otra mujer.
Sin embargo, basta exponer puntos de vista desde otra perspectiva para terminar convirtiéndonos en eso que no debemos ser: rivales.
Aprender a poner en práctica la sororidad es el reto, ya que hay algunas que se dicen ser feministas, alineadas, con una postura o argumentos intensos que al escuchar una opinión distinta a lo que ellas defienden como derechos, acusan de humillaciones, violaciones, agresiones, etcétera, son las primeras en querer imponer su opinión, utilizando adjetivos calificativos agresivos o que disminuyen la opinión y perspectiva de otras mujeres; contrariamente juzgando, burlándose y siendo agresivas.
Olvidan el significado de la palabra sororidad que nos invita a percibirnos como iguales que pueden aliarse, compartir y, sobre todo, cambiar su realidad debido a que todas, hemos experimentado la opresión.
La sororidad dijo la escritora Gabriel Wiener, «es la amistad entre mujeres que ni siquiera son amigas».
La antropóloga mexicana Marcela Lagarde, opina que «la cosa no es ‘cómo nos queremos’; la clave está en que nos respetemos, algo difícil porque no estamos educadas en el respeto a las mujeres».
Por esas actitudes que contradicen a algunas feministas, es que coincido con la opinión de autoras, quienes no se sienten cómodas con el término de sororidad.
Como la escritora colombiana Carolina Sanín a quien le resulta «nefasto», este concepto, según planteó en una columna de la revista Vice.
Para ella, el problema con el concepto es que proviene precisamente de una lógica patriarcal. «Con demasiada frecuencia sirve para que unas mujeres, constituyéndose patriarcalmente en mayoría según la conveniencia, conminen a otras a que se controlen y no se opongan a otras mujeres», opina Sanín.
«Las mujeres podríamos tratar de ser libres para admirarnos unas a otras y libres también para criticarnos conscientemente», escribe.
Su crítica se centra en que la sororidad, al imponer una alianza incondicional o un «gregarismo» entre todas las mujeres, sin lugar a la crítica o al disenso individual, puede convertirse en una forma de control similar a las estructuras patriarcales que busca combatir.
Puntos clave de su argumento:
Imposición de gregarismo: Sanín ha comparado esta exigencia de sororidad con el encierro o la falta de libertad, sugiriendo en un tuit que el «gregarismo con las mujeres» ya estaba inventado y se llamaba «convento».
Crítica consciente vs. lealtad forzada: Defiende el derecho de las mujeres a criticarse y admirarse mutuamente de forma consciente y libre, en lugar de estar sujetas a una lealtad de género impuesta que no permite la individualidad o el juicio crítico.
La trampa del esencialismo: Al requerir un apoyo por el mero hecho de ser mujer, la sororidad podría, según esta perspectiva crítica, reforzar un esencialismo de género que el patriarcado ha utilizado históricamente para definir y limitar a las mujeres a un rol o grupo homogéneo.
Coincido con ella, ya que por supuesto que se vale la crítica consciente para evitar más desigualdad y promover más equidad.
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