A veces creemos que nuestras palabras o reacciones solo hieren a una persona, pero no vemos que cuando lastimamos a un familiar, el dolor se expande.

Se tuerce el ambiente, se enfrían los abrazos, se rompen conexiones y terminan afectados quienes no tenían nada que ver.

La familia es frágil. Un gesto hiriente puede marcar a un niño. Un grito, una mentira, pueden apagar la paz de la casa. Una falta de respeto puede abrir una herida que otros cargan, conflictos y más distanciamiento.

No olvidemos esto: cuando alguien sufre, se siente atacado o vulnerables, todos en su entorno cercano se mueven. Cuidemos cómo hablamos, cómo actuamos y cómo respondemos, porque el amor también se demuestra evitando daños que no se ven.

Y ese daño puede provenir de cualquier familiar, pareja o amigos. 

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